lunes, 20 de agosto de 2012

¡QUIEN SUPIERA REÍR COMO LLORA CHAVELA!



“…A partir de hoy las amarguras volveran a ser amargas”
(Web oficial)

El 5 de Agosto del presente año, a sus 93 años nos dejo la cantante Chavela Vargas, no encuentro mejor manera para expresar lo que fue en vida, esta  extraordinaria mujer, como lo escrito por un buen amigo:

Suplemento Cultural Solo 4 - Diario Correo
Domingo, 12 de agosto de 2012
Chavela Vargas: paloma negra de los excesos

Autor: Jorge Jaime Valdez



Chavela Vargas vivió y bebió como quiso. Murió esta semana y con ella se apagó un mito de la cultura mexicana del siglo XX. Su voz desgarrada acompañó a llorar a todos los que sufrieron por amor alguna vez, y sirvió para olvidar o curar las penas del alma. Las letras del gran José Alfredo Jiménez nunca hubieran sido las mismas si no hubieran salido de la voz gastada de una mujer que cantaba con el corazón en la garganta, y con los ojos nublados de tanto desamor.

Su vida fue una gran novela, llena de traiciones, de dolor, de carencias, de noches interminables de tequila y dudas. Nació en Costa Rica pero siempre fue mexicana, más que el tequila que bebió en cantidades oceánicas, o que los mariachis que la acompañaban cuando convertía las rancheras en verdaderos himnos de los amores contrariados.

“En el boulevar de los sueños rotos/ vive una dama de poncho rojo/ pelos de plata y carne morena/ mestiza ardiente de lengua libre/ gata valiente de piel de tigre/ como de rayo de luna llena”, así la describió el cantautor español Joaquín Sabina en una hermosa canción que le dedicó con admiración y que cantó a dúo con ella: “Noches de boda”, que registra la voz ya agrietada de la Vargas.

 Otro español, Pedro Almodóvar, la admiró y la quiso con la misma intensidad, al grado que utilizó su canto para acompañar imágenes de sus películas: “Kika”, “Carne trémula” y “La flor de mi secreto”. En esta última, nunca sonó mejor “El último trago” acompañando a una mujer destruida por los males del amor; el personaje que interpretó Marisa Paredes, en la cinta, bebe un trago mientras en el televisor del bar vemos a la cantante abriendo los brazos como Cristo pero con poncho rojo y negro, como solo ella sabía hacerlo.

Volviendo al boulevar de los sueños rotos, escuchamos que “se escapó de una cárcel de amor, de un delirio de alcohol, de mil noches en vela, las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas y las escribe un tal José Alfredo”, totalmente de acuerdo con Sabina; sin embargo, habría que decir que las amarguras no son amargas pero sí muy tristes cuando las escuchamos de la voz agrietada y sola de Chavela, tan tristes que harían llorar a un tronco.

Isabel Vargas Lizano era su nombre real y vivió 93 años. Ya en el ocaso de su vida aceptó su homosexualidad. Nunca se casó ni tuvo hijos, sufrió mucho por amor y eso se nota cuando canta. Pocas voces conmueven tanto al interpretar boleros y rancheras que lo dejan a uno con un nudo en la garganta. Fue una figura icónica de la cultura azteca, conoció y se relacionó con algunas figuras emblemáticas, como María Félix, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Mario Moreno “Cantinflas”, Carlos Fuentes, Diego Rivera o Frida Khalo, con quien habría tenido un romance.

Su voz grave en un inicio fue incomprendida. Era una cantante marginal, nadie creía entonces que algún día sería querida por miles de admiradores en el mundo. Almodóvar fue quien la sacó del olvido, como lo hizo con otros intérpretes de música popular poco conocidos. Gracias a su cine escuchamos al cubano “Bola de Nieve”, a La Lupe, a Lola Beltrán o a la española de origen africano Concha Buika.

La paloma negra de los excesos no murió, estará feliz tomándose el último trago con dios o con algún demonio, y en algún lugar del alma su voz nos seguirá cantando: “Ojalá que te vaya bonito”, “Fallaste corazón” o “Vámonos”, y nosotros, desconsolados, la seguiremos queriendo y llorando por siempre.

INFELICIDAD PERUANA


El Índice del Planeta Feliz (Happy Planet Index, HPI) es un índice alternativo de desarrollo publicado por NEF (New Economics Foundation). El índice está basado en la expectativa de vida, la percepción subjetiva de felicidad y la huella ecológica. Exponiendo cuánta vida y felicidad le otorgan los países estudiados a las personas que viven en ellos.
Para el 2012 estudiaron 151 países entre los cuales, el Perú ocupa el número 24 en el ranking mundial con 52,4 de puntaje, figurando entre los países que se encuentran entre regulares y malos, reflejando una esperanza de vida relativamente alta, mediocres niveles de percepción subjetiva del bienestar, así como un moderado indicador de huella ecológica.
De esta manera podemos apreciar que en el Perú la mayoría de los peruanos y las peruanas se consideran infelices, tal como nos muestra el estudio. Y ¿Por qué de esta percepción en la población del país?


A continuación les presento un análisis interesante al respecto, redactado por el Dr. Gonzalo Portocarrero, catedrático del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú:

Nadie debería ser juzgado por la época, la sociedad o la familia donde nació. La responsabilidad individual empieza con lo que hacemos con ese legado que hemos recibido sin quererlo. Este llamado a las personas que somos todos viene muy al caso en una sociedad tan fragmentada y cargada de injusticias como es el Perú. Las brechas sociales se reproducen y, con ellas, una urdiembre de sentimientos que hacen que nuestro país, en el concierto latinoamericano, figure en el último lugar en lo que se refiere al grado de felicidad que declaran sus habitantes, así como respecto a la confianza que nos suscitan nuestros prójimos. Una sociedad donde hay muy poca justicia, felicidad y confianza.
Los niños de las clases medias viven en la promesa de un horizonte de felicidad. Les espera un porvenir de confort y reconocimiento social. En estas familias la autoridad se ha democratizado de manera que el niño tiene amplias oportunidades para expresarse. El “no” y la disciplina se han debilitado en la medida en que la figura paterna ha bajado de su pedestal para colocarse en una relación más horizontal y cercana con sus hijos. Y al haberse reducido el número de vástagos los padres pueden concentrarse más en cada uno de ellos. La figura de la empleada doméstica es decisiva pues haciendo las veces de figura materna, carece de la autoridad para poner reglas a los niños. Tenemos entonces vidas sobre protegidas, acostumbradas a obtener lo que piden, con mucha intolerancia frente a la frustración. Pero la felicidad perfecta no existe pues muchas veces estos niños no cuentan con la presencia efectiva de sus padres demasiado comprometidos en sus carreras profesionales. Simplificando, quizá, demasiado, se puede decir que la socialización de los niños de clase media crea personas que esperan mucho de la vida y que se han acostumbrado a mandar sin estar acostumbradas a valerse por sí mismas en las tareas domésticas. No se trata de una educación totalmente ciudadana. El niño no interioriza la idea de límites y de respeto al otro. Cuando crezca tendrá que enfrentar retos para los que no está preparado. Y ya le tocará a cada uno escoger su propio camino. Habrá quienes se apeguen a la expectativa de que el mundo debe estar a su servicio, habrá otros que se den cuenta que solo son un ciudadano más entre millones de personas que tienen los mismos derechos que ellos. Allí está el dilema y la responsabilidad.
En las clases populares la dureza de la vida suele ser un hecho omnipresente. La falta de recursos lo dificulta todo. Las tareas del hogar, cargar el agua, lavar, cocinar consumen tiempo y energías cuando no hay agua corriente, lavadora o refrigeradora. La familia suele ser más numerosa y los niños son llamados a cooperar en los quehaceres domésticos. La violencia familiar es más frecuente. No queda mucha paciencia y si el niño no obedece puede ser maltratado. No hay pues una promesa de felicidad. No hay garantías. La vida es dura y todo el tiempo hay que luchar y defenderse, a veces contra los propios padres crispados por las mismas exigencias de sobrevivir en la angustia de la pobreza y en el duelo por los deseos incumplidos. Pero a través de la TV estos mismos niños avizoran ese mundo de abundancia y felicidad que es, supuestamente, el de las clases medias. Viene entonces la pregunta ineludible ¿por qué yo no, y ellos sí? La respuesta es que la vida es azarosa, y hay gente con suerte y otros sin ella. Pero, las cosas no están pérdidas pues que si se esfuerzan podrán tener todo lo deseable, aquello que ya tienen las clases medias. En vez de la pobreza, el confort; en lugar del ninguneo, el reconocimiento, la certeza del propio valor. El mito del progreso, a través del esfuerzo y el sacrificio, ha calado hondo. Hay pues que olvidarse del dolor y de las carencias pues acordarse de ellas no hace más que debilitar el impulso al triunfo. Bajo la presión de estas creencias la subjetividad popular se fragmenta. No hay derecho a expresar lo que se siente. Todo para adelante. Entonces la alternativa es el triunfo individualista, ser una réplica de los modelos admirados, despreciar a los que son lo que uno fue. O, alternativamente, afirmarse en un equilibrio entre los logros y el cultivo de los afectos que son el sentido último de cualquier vida humana.
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